domingo, 28 de febrero de 2016

Lo que queda para mañana. Reflexiones domingueras de un maestro.

El domingo de cualquier docente que se asuma como tal es el día de un falso descanso en el cual la principal labor de la tarde o noche sera preparar los detalles para el día lunes, inicio de una semana de clases. Si ya esta hecha su planificación nunca faltan detalles, como revisar que contenido toca, si es necesario alguna copia, si los marcadores o la tiza están en el bolso, luego viene los toques técnicos del pasaje y demás gastos.

Es ahí cuando empieza un karma propio, no te alcanzo la quincena, no hay pasaje para mas de 3 o 4 días, ni dinero para el marcador que se seco, menos para la copia que necesitas en una actividad, deberás hacer un dibujo en la pizarra y que los muchachos se copien, ni hablar si tienes hijos y hay que comprarle zapatos que giran entre 8000 o 10000 bolívares, es decir dos quincenas.

Te tragas la amargura que se va volviendo rabia, te preguntas por que no estudiaste otra carrera, si tienes un familiar contador o ingeniero o quizás un abogado sabes que sus ingresos son el triple o hasta mas que el tuyo, siempre que no le trabajen a la administración publica. Caes en cuenta que eres un asalariado universitario ¿coño por que no estudie mecánica o administración? Es la pregunta casi que auto flagelante que te haces ese domingo.

Lo peor del caso es que se te esta acumulando la rabia, no se trata de un asunto de colores o de posiciones políticas, se trata de que estudiaste 3 años de preescolar; 6 años de primaria, cuando se empezaba con el objetivo 1 y se terminaba con el ultimo, entrabas en octubre y y salias en julio; 5 de bachillerato, cuando a la gente si no estudiaban la aplazaban; y 5 años de universidad, cuando había que tirar piedra en el comité sin cupo para entrar al pedagógico u otra casa de estudio, y luego adentro lidiar con tanto profesor sicópata que montaba los filtros de materias obligatorias, y te decían que era necesario filtrar porque maestro o profesor no era cualquiera.

Es que en ese tiempo un docente cobraba el equivalente a 2 o 3 salarios mínimos, la inflación era de uno o dos dígitos anuales. La plata rendía, como dice la gente. Ahora percibes tu realidad eres un profesional universitario asalariado e igualado al sueldo mínimo y tu única esperanza es tener los años de servicio completo para poder irte joven del ministerio y te juras a ti mismo que sobre tu cadáver dejaras que alguno de tus hijos sea maestro.

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